domingo, 28 de junio de 2015

Reflexión


Carta a un profesor


Maestro, a ti me dirijo. Tú que has de pulimentar mi alma y modelar mi corazón, compadécete de su fragilidad.

No me mires con ceño adusto. Si no te comprendo todavía, ten paciencia. No reprima siempre tu gesto mis impulsos. No te moleste mi bulliciosa alegría; compártela. No atiborres mi débil inteligencia con nociones superfluas.

Enseña lo útil, lo verdadero y lo bello. ¡Lo bello! Maestro: que mis ojos aprendan a ver y mi alma a sentir. Desentraña la belleza de cuanto rodea y házmela gustar.

Trátame con dulzura, maestro, ahora que soy pequeño, quién sabe los dolores que me deparará el destino y, en medio de ellos, el recuerdo de tu benevolencia será bienhechor estímulo.

No me riñas injustamente; averigua bien la causa de mi falta y verás siempre atenuada mi culpabilidad.

Ámame, maestro, como ama el padre a sus criaturas, que yo también, aunque no sepa demostrártelo, te amaré mucho, mañana más que hoy.

Si me enseñas con amor, tus lecciones serán provechosas, pero si no me amas, no podré comprenderte nunca.

Cultívame, maestro, como el jardinero a las florecillas que le dan encanto y aroma, y yo también perfumaré tu existencia en el incienso perenne del recuerdo y la gratitud. Yo he de ser tu obra maestra; procura enorgullecerte de ella.

Maestro, buen maestro, que has de dar luz a mis ojos, aliento a mi cerebro, bondad a mi corazón, belleza a mi alma, verdad a mis palabras, rectitud a mis actos. Padre intelectual, bendito seas.

Autora: Elisa M. Mosser



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